Despertó de manera abrupta, sorprendido. Se había quedado dormido, una de esas cabezadas cortas, intensas, sin sueños. Levantó la cabeza y allí, frente a él, estaba ella. Con el pelo corto, rubio, igual que la única vez que se permitieron ser felices. Los labios gruesos, rojos como el vino tinto que habían bebido, mirándose, hacía ya una eternidad, se abrieron con una sonrisa para musitar una sola palabra.
-Vamos.
-Pero… pero tú…
-Sí. Hace quince años. ¿Vamos?
-Claro.
El hombre se levantó sin esfuerzo y cogió la mano de la mujer. Los dos caminaron, juntos, despacio, sin mirar atrás, sin dedicarle una última mirada al viejo que se desangraba por las muñecas, sentado en una silla de ruedas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario