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25 de octubre de 2022

Olas

 

Las gotas de sangre empapan la arena bajo tus pies, al lado de la navaja que ha caído de tu mano temblorosa. Esbozas una sonrisa triste, mientras miras las olas. Te invade la loca idea de que el mar las envía a morir junto a ti, para que tu fin no sea tan triste, tan solitario. Mientras la vida se escapa despacio de tu cuerpo, cierras los ojos y comienza la película, como en el viejo tópico. Sólo que tú eres el proyeccionista, y tú controlas la línea de tu tiempo, la velocidad... Pasas rápidamente los años de tristeza, de depresión, de dolor, hasta que Ana muere, lejos de ti, quizás musitando tu nombre, quizás el de otro, y sigues retrocediendo, pero la tristeza no pasa, vegetas durante años, intentando mostrar normalidad, viviendo una vida gris, monótona y huera. Siempre piensas en una fecha, hasta que llegas a ella. Es el día en el que Ana te deja, en el que te escribe la carta que intentarás olvidar hasta hoy. Sigues retrocediendo, y ahora estás con Ana en un hotel, riendo, bebiendo cava, a veces haciendo el amor, a veces follando, y ese revoltillo de alcohol, sudor, deseo y amor es el punto álgido de tu vida, y detienes el proyector en ese punto fijo, pero la vida se te va y tienes que retroceder. Más encuentros, espaciados en el tiempo, un fin de semana en una pequeña ciudad, en la habitación impersonal de un pequeño hotel, con una pequeña ducha en la que apenas cabéis. De pronto, Ana desaparece. Mueren tus padres, tu madre ya no te reconoce, y tu padre se va poco después, muerto de pena y dolor. Trabajas durante años en una tienda de discos. Un día, dejas a Natalia, es una ruptura vergonzosa, digna del cobarde que siempre has sido, y ella te lo escupe a la cara. Ahora estás con ella, de vacaciones por la costa. Serán las últimas. Antes, os amáis con desesperación en una habitación desconocida, mientras un viejo disco crepita en el reproductor. Su cara también se desdibuja, aunque sus ojos verdes refulgen por última vez, antes de que su rostro se desvanezca del todo. Trabajas en un almacén. Es duro, cargas cajas durante todo el día, pero eres joven. También los dolores de tu cuerpo se desvanecieron hace tiempo. Pierdes kilos, tu pelo cae sobre los hombros. Vives solo, y bebes y te drogas para olvidar a Nieves, para olvidar la serie de increíbles torpezas, de traiciones, de decepciones, que la llevaron a salir de tu viejo coche durante un amanecer sucio de otoño, a caminar deprisa para no volver la vista atrás, aunque antes te dio una segunda oportunidad, y vives esos meses grises, en los que vuestro amor es un cadáver que yace, pudriéndose, entre vosotros. Sigues hacia atrás, ella te descubre saliendo de un cine con otra, y rebobinas moviendo la cabeza, porque esa vergüenza todavía consigue quemarte por dentro. Piensas en cómo rompiste ese regalo que los dioses, en un día magnánimo, te hicieron, pero pronto hay días felices, y una noche de San Juan en la que los dos hacéis el amor en el agua, al lado de una playa, escuchando una música que sale lejana de un bar, y sois jóvenes, y cierras los ojos evocando el tacto de su piel y el sabor del agua salada sobre su cuerpo. Tu mano se congela sobre el control de velocidad, pero suspiras, porque tienes que retroceder. Tus abuelos mueren, y sientes por primera vez el inmenso dolor de perder a alguien a quien realmente quieres. Ahora estás en el Ejército, aprendiendo a beber, a fumar, a buscarte la vida, a ser un hombre. Antes, has dejado los estudios, porque eres inteligente, pero no tienes fuerza de voluntad, y estás en el instituto, tonteando con las chicas. Dejas a Nuria, que también morirá antes que tú, medio loca, desesperada. Sales con tus amigos, las tardes de verano son interminables. Pasas el mes de agosto en el pueblo de tus padres, bebes cerveza con tu primo, a escondidas, y luego vas al cine, una enorme pared blanca que se usa como pantalla. Corres a toda velocidad por tu ciudad, subido en un monopatín azul. Vas a casa de tus abuelos, porque tu tío, que vive con ellos, se ha comprado una televisión a color, y tú te maravillas viendo las aventuras de un robot gigante que será tu amigo para siempre. Vas a comprar con tu madre al mercado, después de que ella llegue de trabajar, limpiando casas de ricos por cuatro chavos. Saluda a todo el mundo, luego correrá para hacer la comida, y a ti te fascina ver el émbolo que impulsa el aceite a granel por un tubo de cristal. Juegas con tus amigos, y navegáis por un canal de aguas residuales en una vieja nevera, y no os ahogáis de milagro. Os intentan atracar en el túnel en construcción del metro, y corréis desesperados en la oscuridad. Hay una fiesta en el cole, con emparedados medio rancios y Mirinda. Suenan los Pecos, pero alguien lleva un single de Cheap Trick, quiero que me quieras, y esa canción siempre será una de tus favoritas, las luces están apagadas y Pilar te da el primer beso de tu vida, delante de la mirada burlona de tu profesor. Retrocedes, y ahora estás frente al mar, sosteniendo un polo de fresa en la mano, mientras las gotas rojas caen en la arena, y eres feliz, mirando el horizonte, hasta que todo se difumina y el sol empieza a apagarse.

3 comentarios:

  1. Anónimo4:28 p. m.

    Amor, decepción y tristeza son los protagonistas de esta vida. Parece que el dolor deja más huella que el amor.
    Me ha gustado mucho Andrés, enhorabuena 👏🏽👏🏽

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  2. Anónimo10:21 p. m.

    Interesante e inquietante. Me encanta la luz y el color que me transmite y siento. Gracias por desnudar tu alma, Andrés ,por compartir.

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