Así que quieres que te
cuente lo del río… Bien, chaval, eso te va a costar un par de jarras de vino, y
no de esa mierda aguada que viene de Hispania, sino de buen vino italiano. Qué
sorpresa, el viejo Lucio Pullo y su hijo… Así que vas con Tiberio a darles
patadas en el culo a esos germanos… Es buen general. De los que cabalgan con
sus soldados. Serio y estirado, sí, pero justo. Eso sí, chaval, ten cuidado, te
arrancará las tripas con sus propias manos si no cumples. En eso se parece un
poco a César. ¿Será tu primera vez en combate? Lo harás bien, seguro que eres
digno hijo de aquí tu viejo. Tendrás miedo, claro. Yo me cagué encima en mi
primera batalla, en la Galia. En cuando escuché los alaridos de aquellos galos
locos que se venían contra nosotros medio desnudos, altos como árboles, se me
aflojaron las tripas, así de claro. Otros vomitan, se mean… Te aconsejo que te
pongas un pañuelo en la cara mientras la tortuga esté formada, te va a hacer
falta. Pero una cosa, chaval, aguanta, aunque tengas que morder el escudo con
los dientes, aguanta, o esos germanos serán tu último problema. Luego ya todo
es fácil, mucho grito y mucho golpe de escudo, pero se estrellan contra la
tortuga y ya todo es sencillo. Ah, por fin está aquí el vino. ¡Es la hora de
beber, amigos! Ah, cómo echaba de menos las tabernas de la Subura… Sí, César
nos dio tierras, tengo una buena mujer, algunos esclavos, voy tirando… Pero,
entre nosotros, ahora mismo me iba contigo a vengar lo de Varo. Echo de menos
el campamento, el olor a sangre, el botín… y mira que las he pasado putas, como aquí tu
viejo, ¿eh, Lucio? Aquellas marchas con César, cargados como mulos, echando las
tripas por los caminos de la Galia… Pero bueno, tú quieres que te cuente lo del
río, ¿eh? Ya vamos quedando pocos de aquella decimotercera de César. Menudos
éramos, ¿eh, Lucio? ¿Te acuerdas de cómo le dimos lo suyo a aquel salvaje,
Vercingetórix? Cómo se agachó el tío a dejar la espada a los pies de César, y
el calvo todo digno con su toga, sentado en su silla, más tieso que un palo… Bueno,
me estoy liando. Sí, lo del río… Tu padre te habrá contado lo de la marcha,
siempre íbamos juntos, aunque casualmente aquel día iba un par de filas por
detrás de mí. Lucio Pullo y Tito Voreno. Un buen par de cabrones éramos, sí… El
caso es que César nos había soltado el rollo aquella misma tarde. Todo muy
digno, mucha salvación de la Patria, mucha traición de los optimates… Daba
igual, si hubiera subido al estrado, se hubiera tirado un pedo y hubiera
gritado “¡A Roma!”, le hubiéramos seguido igual. Vale, sí, hubo algunos
murmullos, al fin y al cabo aquello era un crimen, un ejército romano marchando
contra Roma… pero fueron pocos, y se callaron rápidamente. Al fin y al cabo
Sila ya se había follado a la loba hacía tiempo, no le iba a venir de nuevo uno
más, y todos teníamos ganas de volver a casa. Ocho años llevábamos dándoles por
el culo a los galos. Yo perdí la cuenta de las ciudades que conquistamos, de
los bárbaros que maté, y después de lo de Alesia la cosa ya ni tenía gracia. Ya
estábamos hartos del frío, de la cerveza y de las mujeres galas, esas salvajes
que te podían clavar un cuchillo en la garganta en pleno polvo. Echábamos de
menos el calor de Italia, el vino, las putas de la Subura… De todas maneras,
hubiéramos seguido a César hasta al mismo Hades. Adorábamos a ese cabrón.
Peleaba con nosotros, marchaba con nosotros, comía la misma mierda que
nosotros. Y ahora cuatro burócratas de Roma le querían joder. El picapleitos de
Cicerón, Catón, y Pompeyo, que de grande ya solo tenía el culo. Menuda tropa. César
enviando carros de oro y plata, miles de esclavos, conquistando territorios, y
ellos conspirando para despojarle de todo el honor y enviarlo a una puta isla
en mitad del mar. Así que, en cuanto el calvo acabó de soltar su rollo, la
decimotercera en pleno empezó a gritar “¡César, César, César!”, y yo creo que
hasta en el Senado lo escucharon. Bueno, a lo que iba, el caso es que aquella
misma tarde abandonamos el campamento y marchamos hacia el sur. El gran hombre
iba muy ufano sobre su caballo, supongo que pensando en las patadas en el culo
que le iba a dar a Pompeyo en cuanto se le pusiera a tiro. Caminamos durante
toda la tarde, y llegamos al río cuando el sol hacía rato que había
desaparecido tras los Apeninos. Hacía un frío de cojones. Fue entonces cuando nos
dieron la orden de parar. Más de tres mil soldados, más auxiliares, carros y
toda la pesca, parados delante de un puto riachuelo. Porque, entre nosotros,
aquello de río nada. Un torrentillo de mierda, un poco crecido por el deshielo
del invierno. Pero César dio la orden de parar. Solo se escuchaba el viento y
el golpeteo de nuestros pies contra el suelo para quitarnos aquel frío que te
helaba los huevos. Yo estaba en primera fila, y tenía al general a unos pocos
metros de mí, parado delante del agua. Sin moverse. Los oficiales estaban un
poco más allá, también quietos, esperando la orden de avanzar. Pero César no
daba la puta orden. Paseaba por la orilla, giraba la cabeza, nos miraba, miraba
hacia el frente. Chaval, estaba dudando. El tío que había conquistado la Galia,
el que hizo cortar las manos a los supervivientes de Uxeloduno, el que se había
cepillado una y otra vez a ejércitos diez veces más numerosos, dudaba. Sabía
que se la estaba jugando. ¡Eh, Máximo, trae otra jarra para mis amigos! El caso
es que Pompeyo era un viejales gordo, pero todavía tenía sus seguidores, y no
paraba de decir que daría una patada y toda Italia correría a apoyarlo.
Nosotros éramos cuatro gatos, tampoco sabíamos cómo nos iban a recibir en
Italia. Además, César también tenía sus reparos, supongo. No era como nosotros.
A aquellas alturas, a nosotros nos la sudaba avanzar hacia Roma. Como te he
dicho, solo queríamos volver a casa. No, no lo tenía tan claro como nos hizo
pensar aquella tarde. Sabes lo que es el discrimen, ¿no? Ese momento en el que
te la juegas de verdad, en el que todo lo que has hecho no va a importar una
mierda si tomas la decisión equivocada… Pues allí estaba César, en pleno
discrimen, arrebujado en su capa, mirando el puto Rubicón, y nosotros detrás,
pelados de frío, esperando a que al gran hombre se le pasaran las dudas. Fue
entonces cuando se giró, miró hacia las primeras filas y vino hacia mí. Lo
siento, perdonad que este viejo soldado se emocione. Ahora, bebamos. ¡Por
César! Bueno, pues el general vino hacia mí directamente. Me había felicitado
en persona cuando lo de Alesia, pero uno siempre piensa que a un general esas
cosas se le olvidan. A César no. El cabrón tenía memoria para las caras y los
nombres. Sabía cómo camelarte. El tío se me plantó delante, y juro que me
temblaron más las piernas que en mi primer combate. Puro su cara a un palmo de
la mía, y me dijo, “Tito Voreno, ¿verdad?, le diste bien por el culo a aquellos
galos en Alesia”, y yo totalmente acojonado, “Sí, general, se hizo lo que se
pudo”. El calvo sonrió, me puso una mano en el hombro. Lo vi más viejo, más
cansado, hecho un lío. Hubiera muerto por aquel hombre, lo juro una y mil
veces. “¿Qué hacemos, Tito?”. ¿Os lo podéis creer? El mismísimo César
preguntándole a un puto legionario si avanzaban hacia Roma. Quizás podría
haberle dicho alguna chorrada rimbombante, pero solo me salió un guiño del ojo
y un “Tengo ganas de jugar unas partidas de dados en la Subura y echarle un
polvo a una buena furcia romana”. Vale, lo dije así, ya me conoces, Lucio,
luego me arrepentí, pero a César le hizo gracia. Soltó una carcajada que se
escuchó más allá de los Apeninos. Me golpeó con el puño en el escudo y me dijo,
“Bien, legionario Tito, en unos días estarás follando en la Subura, te lo
prometo”. Ya no dudaba, era el viejo César de siempre. Se giró, dándome la
espalda, avanzó unos pasos y dijo algo en voz alta. Yo no lo entendí, ya sabes,
a esos patricios les gusta decir las cosas importantes en griego. Me dijeron
luego que algo sobre la suerte y unos dados, no sé, la verdad. El caso es que
subió a su caballo, se dirigió a sus oficiales, dio la orden y sonaron las
trompetas, y de nuevo la decimotercera en pleno, “¡César, César, César!”. En
menos de una hora dejamos el Rubicón atrás y avanzamos hacia el sur. El resto
ya lo conoces, ¿eh, chaval? ¿Qué te pasa, por qué pones esa cara? Ah, ya, sé,
ya sé… Te preguntas qué hubiera pasado si le hubiera dicho a César que nos
quedáramos en las Galias. Bueno, no creo que la cosa hubiera cambiado una
mierda, pero… ¿quién sabe, chaval, quién sabe?
Me encanta el ritmo! Parece q lo escribas tal y como lo piensas... Enhorabuena!
ResponderEliminarPues así ha sido, Marta, es un momento que me fascina, debió ser impresionante. De hecho, tengo por ahí otro relatillo, "Discrimen", en el que intento describir ese momento desde el punto de vista de César. Por ahí anda. Gracias por leer, me alegra mucho que te haya gustado.
EliminarFantástico
EliminarMola. Da gusto leerte. Pareces emocionado mientras lo cuentas. Como si hubieras estado allí.
ResponderEliminarMe ha encantado! Muy bien escrito, ágil.. gran relato. A ver si encuentro más posts..
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