Arnau encontró el
cuerpo tras unos setos, semienterrado en la tierra blanda y cubierto
parcialmente por hojas y pinaza. Era un hombre negro, con barba, y estaba boca arriba,
los ojos muy abiertos, con los brazos en cruz. Iba vestido con unas zapatillas
ennegrecidas, unos ajados pantalones cubiertos de manchas grasientas y una
camiseta negra. Arnau arrugó la nariz y sofocó una arcada, mientras retrocedía
unos pasos de forma apresurada. Miró hacia los lados, girando la cabeza de
manera frenética mientras musitaba un “Madre mía” apenas audible. Aspiró
profundamente y, con la mano temblorosa, empujó el cuerpo con su rastrillo. Las
puntas metálicas presionaron en uno de los brazos del hombre, pero este no se
movió. Arnau presionó más fuerte, empujando con decisión hasta que las delgadas
puntas comenzaron a doblarse. El hombre negro siguió inmóvil.
-¡Joder!
La exclamación, sonó tras la espalda de Arnau,
que dio un brinco mientras el rastrillo caía de su mano. Se giró con rapidez y
casi topó con la nariz de Álex, que miraba el cuerpo con su cabeza
prácticamente sobre el hombro de Arnau.
-¡Hostia, Álex, qué
susto me has dado, coño!
-Perdona, tío, pensaba
que me habías escuchado. ¿Está muerto?
Álex recogió el
rastrillo del suelo y lo volvió a presionar, esta vez sobre el abdomen del
hombre tirado sobre la tierra, presionando con más fuerza.
-Hombre, pues o este
tío tiene el sueño muy profundo o vamos, está más muerto que mi abuela –dijo-.
-Espera, espera –dijo
Álex-, yo tengo un método que no falla nunca.
Antes de que Arnau
pudiera reaccionar, Álex se situó delante del cuerpo y lanzó su pie derecho,
protegido con una bota de puntera metálica, contra la entrepierna del hombre
negro. La fuerza del impacto hizo que el cuerpo se estremeciera ligeramente,
pero después siguió inmóvil.
-Bueno, Arnau, yo diría
que este tío está muerto y bien muerto.
-Ya, y si no lo estaba
te lo acabas de cargar tú, so bestia –repuso Arnau-. Si quieres ahora le
pisoteamos un poco la cara para acabar de cerciorarnos…
-Mira, Arnau, no me
vengas con gilipolleces, que al que se le ha ocurrido pasar por el seto este un
viernes cuando faltan tres cuartos de hora para irnos es a ti. Toda la semana
limpiando el puto parque, y hoy precisamente al señor se le ocurre darse una
vueltecita por aquí.
-Pues ya me puedes dar
las gracias por darme la vueltecita, porque si este fin de semana pasan los de
la inspección del Ayuntamiento y se encuentran aquí al colega se nos cae el
pelo, nene –repuso Arnau-.
Álex resopló largamente,
sin quitar la vista del cuerpo inmóvil del hombre negro.
-Bueno, vamos a
dejarlo. A ver si podemos quitarnos el muerto de encima antes de que vuelva el
jefe. Venga, ayúdame a llevarlo al contenedor.
-Espera, espera,
espera, joder. ¿No pretenderás tirarlo así por las buenas?
-Hombre, si quieres me
lo llevo a mi casa y lo siento en el sofá para ver juntos el telediario…
-Déjate de hostias y de
cachondeitos, Álex. ¿Tú no estuviste conmigo en la charla sobre el reciclaje
del martes?
-No me jodas, tío, que
no tenemos tiempo…
-Mira –dijo Arnau-, si
nos damos prisa dejamos el tema listo antes de las tres y el jefe ni se entera.
Cuando vuelva del bar el colega este ya está en el contenedor y encima no nos
podrán decir nada del puñetero reciclaje.
Álex volvió a resoplar,
mientras cabeceaba lentamente.
-Venga, va, échame un
cable y ayúdame a desnudarlo.
Los dos se afanaron
sobre el cuerpo, despojándolo de la ropa. Al cabo de unos diez minutos, el
hombre negro yacía sobre la tierra completamente desnudo, con sus prendas
apiladas al lado. Arnau y Álex lo contemplaron, jadeando entrecortadamente.
-Joer, tu amigo iba
bien equipado, ¿eh? –dijo Álex, dándole un codazo a Arnau.
-Madre mía, tío, estás
enfermo –repuso Arnau-. Siempre tengo que limpiar con los más tarados. Anda,
ayúdame a llevarlo.
-No, no, no, señor
Reciclaje, falta una cosita. Ábrele la boca.
-¿Qué?
-Lo que oyes. ¿No
querías reciclar? Pues comprueba que aquí el colega no tenga ningún diente de
oro…
-¡Pero si es un puto
vagabundo! ¿No lo ves? ¿Cómo va a tener un diente de oro este tío?
-Tú ábrele la boca y
mira, y si no te gusta no haber empezado con la mierda del reciclaje.
Arnau suspiró, se
inclinó sobre el cuerpo desnudo y le abrió la boca.
-¡Joder! –gritó-, el
tío tiene una muela de oro.
-Premio para el
caballero, ¿eh? –dijo Álex-. Anda, toma, nene, todo tuyo. Y la pasta del diente
a medias, ¿eh?
Arnau se giró y se
encontró con un sonriente Álex que le tendía unos pequeños alicates. Se los
arrebató y empezó a manipular en la boca del cadáver. Álex encendió un
cigarrillo y fumó mientras miraba por encima del hombro de Arnau. Tras un buen
rato de forcejeos y palabrotas, Arnau se giró y le mostró la pieza de oro entre
las puntas de los alicates manchados de sangre.
-Venga, ya está –dijo-.
¿Contento?
-Da gracias de que no
te haga mirar si lleva marcapasos, don ecologista, pero vamos, ya sería
demasiado. Va, ahora sí lo podemos llevar al contenedor. Vamos a darnos prisa,
no nos vaya a ver alguien.
Arnau guardó los
alicates con la muela en uno de los bolsillos de su pantalón. Agarró el cuerpo
por debajo de las axilas y aguardó a que Álex lo sujetara por los tobillos. Lentamente,
entre bufidos y maldiciones, comenzaron a trasladar el cadáver desnudo a través
del parque, hacia una fila de contenedores de diferentes colores situada en la
acera que lo separaba de la carretera. Cuando llegaron, dejaron caer el cuerpo
frente a uno de los enormes contenedores, resoplando y secándose el sudor de la
frente.
-Joder, cómo pesa el
tío este –dijo Álex-. Menos mal que por lo menos nos ha subvencionado unas
cervecitas…
-Venga, va, vamos a
tirarlo ya, que no nos vea nadie, y nos piramos de una vez –repuso Arnau,
volviendo a sujetar el cuerpo por debajo de los brazos-. Venga, agárralo y a la
de tres.
Álex volvió a sujetar
el cuerpo por los tobillos y ambos comenzaron a balancear el cuerpo,
apuntándolo a la abertura del contenedor. Arnau comenzó a contar.
-Una, dos…
-¿Pero qué cojones
estáis haciendo?
Arnau y Álex volvieron
a dejar caer el cuerpo al suelo al escuchar el grito. Se giraron para
enfrentarse a un hombre alto, calvo, de unos cincuenta años de edad, vestido
con un uniforme similar al de ellos, pero con un chaleco reflectante de color
naranja que ellos no usaban.
-Hombre, jefe, ya ha
vuelto –dijo Álex-.
-No, todavía estoy en
el bar, esto que ves es un holograma. Pues claro que he vuelto, gilipollas. Y
ahora… ¿me podéis explicar qué cojones está pasando aquí? Bueno, quizás no hace
falta. En principio veo que estáis tirando un cadáver a un contenedor…
-Sí, jefe –intervino
Arnau-, lo encontré detrás de los setos, no queríamos molestarle, y como ya
casi era la hora de irnos, pues lo hemos arreglado nosotros.
-Pero, pero… ¡Vamos a
ver!… -gritó el jefe- ¡Es que no se puede ser más tonto! ¿A quién se le
ocurre tirar un cadáver a este contenedor?
-Jefe, le hemos quitado
la ropa para reciclar, y una muela de oro –apuntó Álex-. Todo está bien, como
nos explicaron el martes…
-Todo está bien, todo
está bien… -dijo el jefe-. A mí me va a dar algo, de verdad… Venga, chavales,
os lo voy a explicar como a los tontitos. A ver, ¿de qué color es el tío este
que pensabais tirar al contenedor?
-Pues… negro
–repusieron Arnau y Álex al unísono-.
-Negro, muy bien,
sobresaliente para los dos. Otra pregunta facilita, va. ¿De qué color es el
contenedor al que pensabais tirarlo?
-Eh… ¿blanco?
-Muy bien, muy bien,
vaya dos lumbreras –dijo el jefe-. Y ahora vamos a refrescar la memoria, que me
parece que alguno se durmió en la reunión del martes. Según la nueva normativa
del ayuntamiento, tenemos que tirar a los vagabundos en los contenedores que
correspondan a su color. Vagabundo blanco, contenedor blanco. Vagabundo negro,
contenedor negro. Más sencillo no puede ser, chicos. ¿Entendido? Venga. Y ahora,
si no os importa, echáis a este señor al contenedor negro que le corresponde.
Así, muy bien. Ahora recogéis la ropa, la tiráis al contenedor correspondiente
y a ver si nos podemos ir de una puñetera vez, que no os puedo dejar solos ni
para ir a mear. Y me vais pasando la muela de oro, que a vosotros siempre os
llevan al huerto en la tienda y os dan cuatro chavos. Madre mía, si es que me
estoy ganando el cielo con vosotros…
Con la cabeza gacha,
Arnau y Álex siguieron a su jefe en dirección a la salida del parque.
Boquiabierto me he quedado,me he identificado con los personajes,yo tampoco recuerdo los colores del reciclaje.
ResponderEliminarMuy bueno Andres
Felicidades es muy bueno¡¡
ResponderEliminarBuenísimo mi amigo!
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