Ayer se llevaron al señor Joan.
El Jordi, que vigilaba nuestra cabaña, vino a avisarnos, que había visto unos
camiones militares por el camino, que corriéramos, que iban para donde el señor
Joan y la señora Rosita. Fuimos corriendo y los espiamos escondidos detrás de
unas piedras. Los vimos bajar de los camiones, con unos uniformes muy chulos
pero que daban bastante miedo, con aquellas máscaras de goma y unas metralletas
negras, pequeñas. Apartaron a empujones a
la señora Rosita, que lloraba y gritaba, que no se lo llevaran, por
Dios, que ella lo tenía bien vigilado, que no se podía escapar, pero ellos no
le hicieron caso y luego los perdimos de vista cuando entraron en las tomateras
apuntando hacia delante con las metralletas. Escuchamos un golpe, y el sonido
de una madera rota. Nosotros sabíamos que era la habitación donde la señora
Rosita escondía al señor Joan. Escuchamos más ruidos y gritos de los soldados,
y después de un rato sacaron al señor Joan arrastrándolo por el suelo hacia uno
de los camiones, con los brazos sujetos y la boca tapada con una máscara. La
señora Rosita corrió detrás gritando y llorando, no os lo llevéis, por lo que
más queráis, no os lo llevéis, yo lo vigilo, siempre está atado, pero ellos volvieron
a apartarla mientras subían al señor Joan a uno de los camiones, la voz de los
soldados sonaba rara cuando le decían que se mantuviera alejada y clavaban la
punta de las metralletas en la barriga de la señora Rosita, pero ella siguió
gritando que no se lo llevaran, no paraba de gritar mientras los camiones
arrancaban y se iban, y ella los siguió, y nos daba mucha pena, hasta que no
pudo más y se paró en medio del camino y se dejó caer de rodillas al suelo. No
sabemos quién se lo habrá dicho a los soldados. De verdad que nosotros no fuimos. No dijimos
ni una palabra, ni a nuestros padres ni a las personas que contestan el
teléfono que sale siempre por la tele. Lo juramos en la cabaña y hasta el Oriol,
que a veces se chiva de alguno de nosotros en el cole cuando nos vamos detrás
del vestuario a fumarnos un cigarrillo, juró que nunca diría nada y que se
murieran sus padres y su hermanita si él se chivaba. A nosotros nos caía bien
el señor Joan. Hacía como que se
enfadaba con nosotros cuando nos pillaba en su huerto robándole melocotones,
pero al final se le escapaba la risa, que chiquilllos estos, son de la piel del
diablo, y nos dejaba que cogiéramos unos cuantos mientras nos explicaba
historias de cuando él era joven. A veces la señora Rosita, que también era muy
amable, nos sacaba limonada de una nevera que tenían en la habitación. Cuando
llovía todos los niños salíamos a buscar caracoles para venderlos, y siempre
guardábamos los mejores para el señor Joan. Le gustaban mucho. A veces, nos
llevaba a pasear por el campo y nos explicaba cosas del pueblo, o nos enseñaba
cuevas escondidas, o fuentes tapadas por las hierbas. Cuando salía solo se iba
muy lejos, y la señora Rosita le regañaba, porque a veces al señor Joan se le
olvidaba ponerse la pulsera. El señor Joan la escuchaba y luego se reía. Que
sí, que era un despistado, pero que tampoco había para tanto, que qué
quisquillosa se estaba volviendo con la edad… Y ella, que no te rías, Joan, que
ya no eres tan joven, que la tele ha dicho que el bosque todavía no es seguro,
que a ver por qué narices te molesta tanto la pulsera, si apenas se nota, mira,
yo la llevo hasta para ducharme… A mí una vez, con las prisas por salir con mis
amigos, se me olvidó ponerme la pulsera. Cuando volví, mi padre estaba muy
enfadado. Nunca lo había visto así. Me gritó y me pegó como si estuviera loco.
Mi madre lo sujetaba y yo lloré mucho. Estuve horas encerrado en mi habitación.
Luego mi padre entró. Tenía los ojos rojos. Me abrazó y me pidió perdón, y me
dijo que salir a la calle sin la pulsera era muy peligroso, y que si me pasaba
algo él se volvería loco, y muchas cosas más. Tenía razón, pero aquel día yo lo
quise un poco menos. Eso sí, ya nunca se me olvida ponerme la pulsera. No sé a
dónde se habrán llevado al señor Joan. Nadie en el pueblo sabe dónde se los
llevan, y nadie quiere hablar de eso. Bueno, nadie de los mayores. El Hassan
dice que los llevan a un sitio que tiene unos hornos, y que allí los matan y
los queman, y el Arnau le dice que no, que ya no hacen eso, que ahora los
llevan a una especie de laboratorio muy grande con unos muros muy altos, y que
allí experimentan con ellos. Yo creo que
ninguno de los dos tiene ni idea, y que lo dicen para hacerse los chulitos,
pero me da igual. Cuando los camiones han desaparecido a lo lejos hemos salido
del escondite y hemos ido al camino. La señora Rosita seguía llorando de
rodillas, tosiendo por el humo del camión y tragando el polvo que habían
levantados las ruedas al marcharse. No hemos sabido qué decirle, y el Toni le
ha dado unas flores que hemos cogido entre todos. Al final la hemos ayudado a
levantarse. Sólo lloraba y decía te lo dije, Joan, ponte la pulsera, que un día
te van a morder por ahí, te lo dije, te lo dije, te lo dije, y así todo el rato.
La hemos sentado al lado de la habitación y hemos visto las cadenas tiradas en
el suelo. Todos teníamos ganas de llorar, hasta el Arnau, que va de duro por la
vida, pero nos hemos aguantado las lágrimas y al final nos hemos marchado.
Teníamos que ir a ver al Xavi, que nos esperaba en la cabaña. Bueno, lo de
esperar lo decimos nosotros, porque parece que al Xavi le dé igual que vayamos
o no. Parece mentira que no nos reconozca. Con la de veces que hemos jugado
juntos… Pero nos da igual. Nos sentamos en la cabaña con él y hacemos ver que
no ha pasado nada, y le contamos cosas del colegio, que el Jordi le ha pedido
de salir a la Marta y ella le ha dicho que no, y que ayer le pinchamos las
ruedas al coche del profe de Física, y
le decimos no te preocupes, Xavi, que no te encontrarán nunca, que la cabaña
está muy bien escondida. Le damos la comida que nos ha preparado su madre, que
llora siempre cuando nos da el cubo y nos pide por favor que vayamos con
cuidado, que no nos vean los vecinos, pero no se lo decimos, aunque si se lo
dijéramos le daría igual, y hablamos de
nuestras cosas. Nos da un poco de asco
verle comer, y huele mal, pero es nuestro amigo, y yo digo lo que me dijo una
vez mi padre, que los amigos son lo mejor del mundo y que nunca, nunca, hay que
darles la espalda. Bueno, en el caso del Xavi, más todavía, porque si te
descuidas te muerde. Pero no se lo tenemos en cuenta. Es nuestro amigo y lo
queremos. Nuestra cabaña está muy bien escondida, y los soldados nunca lo
encontrarán. Ni siquiera el chivato del Oriol se atreverá a decir nunca nada.
Se lo hemos hecho jurar por sus padres y por su hermanita.
Mmmmm....inquietante!! Qué buenooo!
ResponderEliminarTú que me miras con buenos ojos, guapetona.
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