Miró a la mujer estirada en la cama. Ojos del color de las ciruelas verdes, labios de fresa, dientes manchados de carmín semejantes al fruto de la granada. Un levísimo y cuasi imperceptible vello en los brazos, suave como el melocotón. Fijó su vista en los pechos, y no pudo evitar pensar en dos apetitosos y maduros melones. Se inclinó para besarla. Sonó su móvil.
-Sí, cariño, estoy en la cena. Ya acabo. Voy a tomar el postre -miró a la mujer-. Creo que hoy me inclinaré por una macedonia...
Hacía algún tiempo que no te leía. Y veo que sigues en forma. ¡Me alegro! Un abrazo.
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