Mañana no iré a verte, Toni. Ya
me perdonarás, que decía un amigo vasco, pero no iré. ¿Sabes por qué? Porque
esta tarde he estado viendo “Ladrón de bicicletas” mientras me atizaba unos
lingotazos del vodka que me trajiste la última vez que viniste a comer a casa
(me quedo sin probar tu famoso pesto “yo no le pongo parmesano porque no lo
necesita”, ésta me la debes) y si mañana fuera a verte no podría evitar
contarte que he estado viendo esa película y bebiéndome ese vodka, y me quedaría
esperando con cara y postura de gilipollas a que tú medio me interrumpieras con
ese vozarrón tuyo (¿estentóreo, desmesurado, o más bien descomunal, que diría
el señor Ramón Creixell) y, levantando las manos, me dijeras eso mismo:
¡hooooombre, hooooooombre!, para lanzarte a continuación a hablarme de Vittorio
de Sica, del neorrealismo italiano, de Marcello Mastroianni y, ya de paso, ponerme los dientes largos con
una comida que te atizaste en un viaje a Italia años ha. Y yo no podría
quedarme sin disfrutar de las cosas que me contabas, de tus anécdotas, de tus
vivencias... Te voy a explicar algo que nunca te dije. Siempre que hablaba con
alguien sobre ti, soltaba la misma frase. Quiero pensar que se me ocurrió la
primera vez que te vi, presentando tu taller de cuentos en el Jardí, cuando me
hipnotizó definitivamente el brillo de tus ojos y tu socarronería impenitente.
O a lo mejor la frase de marras me vino a la mente más tarde, no lo sé. Uno
tiende a adaptar los pensamientos y a colocarlos en el momento que cree más
oportuno. El caso es que yo siempre soltaba lo mismo: “hubiera pagado porque
Toni me explicara el funcionamiento de una lavadora” (aunque a veces cambiaba “lavadora”
por “plancha” o “secadora”, tampoco tiene demasiada importancia). Estoy
divagando, supongo que no puedo desembarazarme del carnet del “club de los
verborreicos” que tú nos endosaste con toda la razón del mundo a tu Mercé y a
un servidor en aquel rincón de tu casa atestado de libros, todos alrededor de
la mesa esperando tu juicio, siempre benevolente, siempre amable. Como te
decía, mañana no iré a verte. Porque me quedo con nuestra última charla. Yo fui
a ver a un moribundo, con un nudo en la garganta, intentando ofrecer consuelo,
y salí de tu casa una hora después, tras haber tratado contigo temas tan
trascendentes como la vida y milagros de Francisco Ibáñez (al que tú conocías,
cómo no…), el sinvergüenza del Tío Vázquez, el Tío Vivo, Mortadelo y Filemón,
Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín, el Capitán Trueno y otros héroes de
tinta añeja que me dejo. Bueno, también me explicaste, así de pasada y sin
darle demasiada importancia, que estabas tranquilo, que lo que tenía que ser
sería, y que no creías que tuvieras una fecha de caducidad estampada en el culo
(con perdón). Vamos, que no tenías ni la más mínima intención de morirte. Y qué
cojones (también con perdón), un servidor te creyó. Y salí de tu casa con la
cabeza llena de tebeos y héroes indestructibles, silbando, porque en ese
momento me di cuenta de la antipática
huesuda no iba a poder contigo. ¡Opssss, ha llegado el momento de las frases
hechas, de las metáforas, de los simbolismos…! Estoy oyendo de nuevo tu
vozarrón (sí, creo que me quedo con “descomunal”): ¡Cuidado con las metáforas,
cuidado con los tópicos y las frases hechas! Vale, nada de que tú vivirás para
siempre en los corazones de la gente que tuvo la inmensa suerte de conocerte, nada
de un hombretón irrepetible, nada de padre literario, nada de bon vivant, nada
de caballero de mundo que sabía robarle el corazón a una princesita italiana de
cinco años haciéndole una reverencia, vale, nada de eso. ¿Sabes, Toni? Hoy he salido a pasear por el
pueblo con Mario (tranquilo, escribirá, me ha prometido que acabará el cuento
que te estaba haciendo), me he parado a fumar un cigarrillo que te apunto
directamente en el debe (seis meses sin fumar) y me he puesto a pensar en el pasodoble
“Valencia”. Al final no lo pudimos ver juntos, pero prometo hacerme presente en
el Jardí en los próximos carnavales para observar “in situ” el curioso fenómeno
que tú me explicabas entre risotadas, esto es, que si no sonaba “Valencia”, no
había Carnaval en Sant Quintí. No, no iré a verte mañana, Toni, me seguiré
peleando con “Conversación en la Catedral”, del amigo Vargas Llosa, aunque al
hecho de que a un servidor se le esté atragantando como un atracón de
polvorones haya que añadirle la dificultad añadida de leerlo con los ojos
empañados de lágrimas. Y escribiré, Toni, escribiré, maestro, amigo…
Que bonito Hank, seguro que se debe sentir muy orgulloso de ti y agradecido por tus palabras .Sigue así ...
ResponderEliminarLas lágrimas resbalaban al ser consciente de la importancia de una persona que se cruzó en su vida.
ResponderEliminarHay personas que se cruzan, como en un cruce de caminos, y otras que se cruzan, se entrelazan, se sedimentan en el epitelio del alma y ahí quedan, formando parte de tu propia piel.
Muy sentido y vivo. Un fuerte, acunado y largo abrazo...
A mi, durante años se me atragantaron los donuts de azúcar porque los comía con cierta persona que se murió, deja el libro y ya lo retomarás.
ResponderEliminarUys puse mal bola dirección de mi blog xD
ResponderEliminarGracias, Eriwen. En eso estamos. Un saludo.
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