Vistas de página en total

20 de septiembre de 2019

La escuela


Algunos días como hoy, antes de ir a la escuela-hospital, doy un rodeo y me acerco a la orilla del mar. Sé que es peligroso, esta parte del litoral es territorio de uno de los grupos más sanguinarios de la zona, y un encontronazo con una patrulla armada hasta los dientes significaría la muerte inmediata, o algo peor. El color de mi piel, en estos tiempos asesinos y en esta tierra empapada de sangre y plomo, castigada por el odio y la avaricia, supondría una condena inmediata. Pero necesito ver el mar de vez en cuando, descalzarme, caminar por la arena y plantarme frente a esa inmensidad azul. Más allá del horizonte, dejando muy atrás el gigantesco petrolero hundido frente a la costa, con su popa oxidada sobresaliendo del agua, está mi hogar. Mientras las olas lamen perezosas mis pies, pienso en lo que dejé atrás. Mi pueblo, mi familia, mis amigos, los olores, sonidos y sabores, todo lo que siempre consideré mi verdadera patria, más allá del sentido de pertenencia a un territorio. Siempre me hago las mismas preguntas, mientras aspiro el olor a salitre y escucho el incansable graznar de las gaviotas. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué dejé la seguridad de mi hogar para venir a esta tierra olvidada de la mano de Dios, arrasada por la guerra y el odio? ¿Por qué insisto en ayudar a estas gentes, condenadas desde su nacimiento a una vida miserable y, probablemente, a una muerte temprana? Es entonces cuando una vocecilla agazapada en mi mente empieza a susurrarme, muy queda, apenas imperceptible, que vuelva, que pase rápidamente por la escuela-hospital, que recoja mis escasas pertenencias y, sin despedirme, busque la manera de volver a mi casa, con los míos. “Ya has hecho bastante, ya les has dado muchos años de tu vida. Es suficiente. Están condenados, y tú nada puedes hacer”. Y cuando estoy convencido, cuando ya me veo cruzando el océano en la sentina de uno de los barcos que se atreven a burlar las patrulleras de los paramilitares, cuando avisto a través del ojo de buey las costas de mi país, próspero, seguro, rico y civilizado, pienso en los niños.

Hoy, como cada día, van a jugarse la vida para acudir a la escuela-hospital. Algunos vendrán caminando decenas de kilómetros A los más afortunados los traerán sus padres a lomos de un mulo agotado, o subidos a un carro de madera. Aunque a los niños les gusta aprender, no vienen para empaparse de cultura. Los padres les permiten acudir a la iglesia semiderruida por las raciones de comida, que luego se reparten entre toda la familia. Se juegan la vida esquivando las patrullas de los diferentes señores de la guerra para que padres, hermanos, abuelos, sobrevivan un día más. Algunos van directamente al hospital, para ser tratados de desnutrición, sarampión, varicela, enfermedades erradicadas hace décadas en mi país. A pesar del horror de su vida diaria, los niños sonríen. Estudian, siguen mis explicaciones con interés, y el examen de hoy no será un suplicio, como lo es en las avanzadas escuelas de mi continente, sino una aventura de la que se sentirán orgullosos, la adquisición de conocimientos, algo que en esta tierra maldita les está vedado.

Nos han atacado varias veces. No les gustamos. No les gusta que ayudemos a los niños, no les gusta que les enseñemos, que los alimentemos y curemos. Es esa una de las pocas cosas en la que los distintos grupos que asolan la región a sangre y fuego están de acuerdo. Los niños son una fuente de futuros soldados, y un soldado solo tiene que saber apretar un gatillo y estar dispuesto a matar y a morir sin más preguntas. Algunos de los soldados que han atacado nuestra escuela-hospital no eran mucho mayores que los niños que acuden a ella. Milagrosamente no ha habido muertes, aunque una vez unos soldados borrachos arrastraron a la doctora Fatimah al bosque, mientras sus compañeros nos apuntaban a la cabeza con sus armas. Fatimah volvió viva, magullada y golpeada, con algo roto para siempre en su interior. Nunca volvió a ser la misma, la que cantaba canciones de su país mientras operaba, la que nos iluminaba a todos en medio del caos. Pero se quedó, allí sigue, y su mirada perdida cuando volvió del bosque se combina con la mirada de los niños y me provoca una vergüenza infinita, y al final me quedo, porque no voy a ser yo el cobarde que huya mientras ella, con su alma rota para siempre, sigue operando a los niños.

Todos sabemos que algún día se acabará nuestra suerte, que no les bastará con saquear la iglesia, con robarnos lo poco que nos queda ya, y que posiblemente todos seamos asesinados, o esclavizados, como ha pasado en otras sitios similares al nuestro. Pero un día más amanece, un día más escuchamos a los niños aproximarse desde más allá del pueblo en ruinas, esquivando las minas señalizadas, y supongo que pensamos que una deidad misericordiosa nos protege, y abrimos las viejas capillas reconvertidas en aulas, y la cripta transmutada en sala de curas y desvencijado quirófano, y dejamos que los viejos muros de la iglesia se llenen de una risa infantil que rebota en las paredes, una risa que en este horror cotidiano se vende muy cara.

Como siempre, se me ha hecho tarde, hipnotizado por el mar. El sol de esta tierra ardiente empieza a crear ríos de sudor por mi negra piel, la hace brillar, y sonrío pensando en las viejas y tópicas metáforas sobre el ébano. Suspirando, echo una última mirada al inmenso y deslumbrante azul, renunciando por enésima vez a volver a mi próspera y rica África, a la civilización del  continente que lidera el mundo, libre de guerras, hambre, enfermedades y penurias. Todavía debo atravesar las ruinas de lo que un día fue el pueblo de Nerja, y caminar kilómetros bajo el sol ardiente para llegar a la escuela-hospital. Hoy, mis alumnos se examinan de matemáticas.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

6 comentarios: