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17 de diciembre de 2016

Cajera

Ya está aquí la gorda. Como cada mañana. Con su bata sucia, sus pelos como cerdas en la papada y ese pestazo de no pasar por la ducha desde hace semanas. Y tengo que sonreír, claro, porque si saco el ambientador y hago gestos con las manos, como la semana pasada, se irá al encargado y me montará un buen pollo, la tía. O sea, que a tirar de sonrisa, Pili, mientras la gorda coloca sus chocolatinas y sus bollos en la cinta y te mira con esa cara de que el cliente siempre tiene razón y esas mierdas, perdonándote la vida. Agacha la cabeza y cobra, y que se vaya de una vez, no te busques más problemas.

Las diez… cinco horas por delante, y las piernas hinchadas, porque hay que ayudar al cliente a embolsar, y una casi no puede ni sentarse. Total, para esta porquería de taburete… Ahora viene la vieja. Venga, a pesar la manzana, la pera, los dos tomates, el cuarto de sardinas que huele que apesta. Ahora, a esperar a que saque el monederito azul, a que busque las monedas, mientras la cola detrás aumenta y la gente se impacienta, bufa y resopla mientras la abuela se toma todo el tiempo del mundo para sacar las puñeteras monedas, contarlas, repasarlas mil veces… Y todo mientras me cuenta su vida, sus achaques, sus historias. Y claro, tengo que seguir sonriendo y hacer como que me interesan sus problemas. Como si no tuviera yo los míos. Y el otro durmiendo en casa. Claro, anoche había partido y el señor no podía verlo en casa con su mujer y su hija, no. Tenía que bajar al bar con los colegas, a ponerse hasta las trancas de cerveza y hacer el burro hasta las tantas. Ni sé a qué hora ha venido. Y una a levantarse a las siete, apañar a la niña y salir zumbando para la guardería con el café a medio bajar por la garganta mientras don Iván ronca como un cerdo, oliendo a cerveza y al perfume barato de las cuatro putillas que siempre rondan por el bar, a ver lo que cae… Menuda tripa está echando, parece un viejales de los que siempre se había reído cuando salíamos todo el grupo juntos. En qué estaría yo pensando, joder… Con lo cachondo y guapo que era mi Iván, y lo que se está estropeando y la mala hostia que tiene ahora. Y encima sin dar ni golpe, que no sale del bar con el rollo de la crisis y que si no hay trabajo de nada.

Mira, la que faltaba, la Juani… Venga, reina, a perdonarme la vida un rato, a hacer la hipócrita con los abrazos y los besos y los “qué guapísima estás” y “hay que ver lo que te echamos de menos” y “tenemos que quedar para liarla como antes”, mientras le cobro su pintalabios o sus cremas, o cualquier potingue que a la señora le apetezca. Que sé que por dentro se ríe de mí, la muy hipócrita, y me repasa de arriba a abajo para luego echarse unas risas con las otras arpías, la Vanessa y la Marta, que “vaya culo está echando la Pili”, que “qué cara de amargada tiene”, que “parece una vieja”… Envidia de la mala me tienen, que me llevé al Iván en sus morros, que sé que todas iban detrás de él… Eso no me lo quita nadie, y algún día se lo voy a decir en todos los morros, como que me llamo Pili.

Hombre, ya está la Jeny camelándose al encargado… Tempranito empieza hoy. Claro que sí, guapa, mueve un poco más el pandero, que tu dinerito de gimnasio te cuesta… Cómo se nota que vive con sus papis y tiene tiempo libre, y que no tiene que llevar a la niña a la guardería, trabajar, ir luego a buscarla, hacerle la comida, cambiarla, llevarla a casa de los padres o los suegros, volver al trabajo… No, la señora tiene tiempo libre para correr en su  cintita y bailar y sudar hasta la última gota de grasa. Mírala, tres meses en el súper y ya quiere ser jefa de cajeras. Y el otro imbécil babeando detrás como un adolescente salido. Pero esa no me quita a mí el puesto, aunque también tenga que mover las tetas delante del gordo ese, que bueno, vale, he engordado un poquito, pero la Pili es mucha Pili todavia.

Ufff, la que faltaba, la de las ofertas y los cupones y los folletos y la madre que la parió. Venga recortar papelitos, y que si “niña, que aquí hay un dos por uno y no lo has hecho”, que si “¿me has cobrado la segunda unidad a la mitad?”. Media hora con ella, y la cola que llega hasta donde el pescado. Claro, la Mari de baja, la nueva que no da abasto, y el encargado venga “jiji” y “jaja” con la Jeny, no se vaya a romper la muñequita si se pone a cobrar como las demás…

No me pasa la mañana. Tres cuartos de hora para el desayuno, y como vamos flojos de personal, a tomarse el café a trompicones y a fumarse el cigarro cagando leches. Y luego tres horas para irme. Total, para luego malcomer y salir zumbando a dejarle la niña a mi suegra, y aguantar sus indirectas, su cara de asco cuando me mira, agachar la cabeza cuando me da un billete para “que le compre algo a su niño o a su nieta”… Casi que prefiero esta mierda, los niñatos que me miran las tetas y se van riendo y dándose codazos, o los que me miran sin verme, como si fuera un robot que cobra, o las broncas cuando alguien se cuela, y el dolor de pies, de las piernas, el sudor, este asqueroso uniforme que se pega a la piel…


Y ya tenemos al que faltaba. Ya estamos todos. Don Ismael, mi profe del Instituto. Como cada día, otro solterón de los de fruta por piezas y paquetitos de pescado o pollo. Y los bollitos de crema, claro, que mucha comida sana pero el tío se tira su buen cuarto de hora dando vueltas por la pastelería hasta que al final siempre pica, desde aquí se puede escuchar el suspiro cuando no se puede resistir a meter los bollos en la bolsa. La verdad es que están buenos. Sigue tan despistado como siempre. No me reconoce, y eso que hace tiempo que dejé el Insti. Eso sí, le debe de sonar mi voz o mi cara, a pesar del maquillaje, porque noto que me mira desde lejos, o cuando pasa sus cosas por la cinta. El caso es que no me mira como los viejos verdes que me repasan con la vista mientras les cobro. Igual le sueno, pero no acaba de caer… Mejor, que menuda bronca me daba, que si no me esforzaba nunca llegaría a nada, que la vida era muy dura y aprovechara las oportunidades… Lo que me faltaba, que me viera aquí de cajera, como si no tuviera bastante con las chicas… Otra cosa será cuando me hagan jefa de cajeras, que la pedorra de la Jeny no me conoce, y a esa me la  meriendo viva. Sí, cuando sea jefa de cajeras me acercaré, me haré la encontradiza y se lo pienso soltar, hombre, don Jaime, ¿no se acuerda de mi…? Que me vea con mi uniforme azul y mi placa, y que me diga si he llegado a algo en la vida o no. Esperaré, claro que esperaré...

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