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14 de diciembre de 2012

¡Hooooooombre!


Mañana no iré a verte, Toni. Ya me perdonarás, que decía un amigo vasco, pero no iré. ¿Sabes por qué? Porque esta tarde he estado viendo “Ladrón de bicicletas” mientras me atizaba unos lingotazos del vodka que me trajiste la última vez que viniste a comer a casa (me quedo sin probar tu famoso pesto “yo no le pongo parmesano porque no lo necesita”, ésta me la debes) y si mañana fuera a verte no podría evitar contarte que he estado viendo esa película y bebiéndome ese vodka, y me quedaría esperando con cara y postura de gilipollas a que tú medio me interrumpieras con ese vozarrón tuyo (¿estentóreo, desmesurado, o más bien descomunal, que diría el señor Ramón Creixell) y, levantando las manos, me dijeras eso mismo: ¡hooooombre, hooooooombre!, para lanzarte a continuación a hablarme de Vittorio de Sica, del neorrealismo italiano, de Marcello Mastroianni  y, ya de paso, ponerme los dientes largos con una comida que te atizaste en un viaje a Italia años ha. Y yo no podría quedarme sin disfrutar de las cosas que me contabas, de tus anécdotas, de tus vivencias... Te voy a explicar algo que nunca te dije. Siempre que hablaba con alguien sobre ti, soltaba la misma frase. Quiero pensar que se me ocurrió la primera vez que te vi, presentando tu taller de cuentos en el Jardí, cuando me hipnotizó definitivamente el brillo de tus ojos y tu socarronería impenitente. O a lo mejor la frase de marras me vino a la mente más tarde, no lo sé. Uno tiende a adaptar los pensamientos y a colocarlos en el momento que cree más oportuno. El caso es que yo siempre soltaba lo mismo: “hubiera pagado porque Toni me explicara el funcionamiento de una lavadora” (aunque a veces cambiaba “lavadora” por “plancha” o “secadora”, tampoco tiene demasiada importancia). Estoy divagando, supongo que no puedo desembarazarme del carnet del “club de los verborreicos” que tú nos endosaste con toda la razón del mundo a tu Mercé y a un servidor en aquel rincón de tu casa atestado de libros, todos alrededor de la mesa esperando tu juicio, siempre benevolente, siempre amable. Como te decía, mañana no iré a verte. Porque me quedo con nuestra última charla. Yo fui a ver a un moribundo, con un nudo en la garganta, intentando ofrecer consuelo, y salí de tu casa una hora después, tras haber tratado contigo temas tan trascendentes como la vida y milagros de Francisco Ibáñez (al que tú conocías, cómo no…), el sinvergüenza del Tío Vázquez, el Tío Vivo, Mortadelo y Filemón, Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín, el Capitán Trueno y otros héroes de tinta añeja que me dejo. Bueno, también me explicaste, así de pasada y sin darle demasiada importancia, que estabas tranquilo, que lo que tenía que ser sería, y que no creías que tuvieras una fecha de caducidad estampada en el culo (con perdón). Vamos, que no tenías ni la más mínima intención de morirte. Y qué cojones (también con perdón), un servidor te creyó. Y salí de tu casa con la cabeza llena de tebeos y héroes indestructibles, silbando, porque en ese momento me di cuenta de la  antipática huesuda no iba a poder contigo. ¡Opssss, ha llegado el momento de las frases hechas, de las metáforas, de los simbolismos…! Estoy oyendo de nuevo tu vozarrón (sí, creo que me quedo con “descomunal”): ¡Cuidado con las metáforas, cuidado con los tópicos y las frases hechas! Vale, nada de que tú vivirás para siempre en los corazones de la gente que tuvo la inmensa suerte de conocerte, nada de un hombretón irrepetible, nada de padre literario, nada de bon vivant, nada de caballero de mundo que sabía robarle el corazón a una princesita italiana de cinco años haciéndole una reverencia, vale, nada de eso.  ¿Sabes, Toni? Hoy he salido a pasear por el pueblo con Mario (tranquilo, escribirá, me ha prometido que acabará el cuento que te estaba haciendo), me he parado a fumar un cigarrillo que te apunto directamente en el debe (seis meses sin fumar) y me he puesto a pensar en el pasodoble “Valencia”. Al final no lo pudimos ver juntos, pero prometo hacerme presente en el Jardí en los próximos carnavales para observar “in situ” el curioso fenómeno que tú me explicabas entre risotadas, esto es, que si no sonaba “Valencia”, no había Carnaval en Sant Quintí. No, no iré a verte mañana, Toni, me seguiré peleando con “Conversación en la Catedral”, del amigo Vargas Llosa, aunque al hecho de que a un servidor se le esté atragantando como un atracón de polvorones haya que añadirle la dificultad añadida de leerlo con los ojos empañados de lágrimas. Y escribiré, Toni, escribiré, maestro, amigo… 

5 comentarios:

  1. Anónimo4:52 p. m.

    Que bonito Hank, seguro que se debe sentir muy orgulloso de ti y agradecido por tus palabras .Sigue así ...

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  2. Las lágrimas resbalaban al ser consciente de la importancia de una persona que se cruzó en su vida.
    Hay personas que se cruzan, como en un cruce de caminos, y otras que se cruzan, se entrelazan, se sedimentan en el epitelio del alma y ahí quedan, formando parte de tu propia piel.

    Muy sentido y vivo. Un fuerte, acunado y largo abrazo...

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  3. A mi, durante años se me atragantaron los donuts de azúcar porque los comía con cierta persona que se murió, deja el libro y ya lo retomarás.

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  4. Uys puse mal bola dirección de mi blog xD

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  5. Gracias, Eriwen. En eso estamos. Un saludo.

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