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9 de abril de 2011

El Túnel

Os dejo con una versión "remasterizada" de un viejo relato mío, "El Túnel". Tomando la idea principal, he escrito una nueva versión, más corta y eliminando algunas de mis legendarias parrafadas. Espero que os guste.


El Túnel
Por Andrés Moreno Galindo

A ver, niños, no me pongáis en un compromiso. Ya sabéis que la abuela no me deja contaros historias de miedo. Que si no tenéis edad, que si luego tenéis pesadillas... y luego la bronca me la llevo yo. Sí, sí, siempre decís lo mismo, que no se lo vais a contar, que guardaréis el secreto, y luego se os escapa. No me pongáis esa carita, que luego, cuando la abuela os va a buscar porque os habéis despertado muertos de miedo, siempre me echáis la culpa, que si las historias del abuelo, que si os lleno la cabeza de fantasías....  No pongáis esas caritas, que ya nos conocemos. En fin, mirad, vamos a hacer un trato. Si me prometéis que cuando venga la abuela de la cena con sus amigas no le contaréis lo del cigarro y la copita de anís después de la cena, os contaré una historia. A ver, Mario, echa un par de troncos a la chimenea, que hace frío. Y tú, Livia, acércame la botella del anís. Total, si se os escapa lo mismo me da que me pegue la bronca por una copa que por dos o tres. Mario, hijo, dame fuego con esa ascua pequeñita. Acercaos y prestad atención. A ver, dejadme que piense, ahora no sé qué historias os he contado. Esta memoria... Ya os he contado la historia de aquel hombre de mi pueblo que hace años caminaba a medianoche al lado del cementerio, ¿no? Sí, el que sintió la mano de un resucitado agarrándole por la capa y se lo encontraron muerto de miedo al día siguiente, y lo que le sujetaba la capa era la rama de un árbol. Vale, vale. También la del niño pequeño que se asustó porque había mucha gente en su casa y se acurrucó al lado de su madre dormida. Sí, sí, que al final la madre estaba muerta y se los llevaron a los dos en el ataúd. Es horrible, pero sucedió de verdad, os lo juro. ¿Y la del hombre que se volvió loco y creía ver el mar avanzando entre las viñas del campo? ¿También? ¿El que al final encontraron muerto en su coche al lado de la carretera, ahogado, empapado en agua salada y con algas cubriéndole la cara? Bueno, bueno, ¿sabéis la del túnel? ¿No? Supongo que no debería contaros esta historia. Es demasiado terrorífica. Vale, vale, está bien. Recordad lo de la abuela, ¿eh? Anda, guapa, ponme otra copita. Esta historia me la contó un buen amigo mío, Juliano, hace tiempo. Él me juró que era cierto, la verdad es que temblaba mucho cuando me la contaba, pero la verdad es que mi amigo siempre fue muy fantasioso. Os voy a contar la historia. Más o menos, esto fue lo que me contó:

“Hace unos años yo trabajaba en una librería del centro de Barcelona, en el almacén. Mi trabajo consistía en recepcionar las cajas de libros, repasar los albaranes, poner los precios con las etiquetas y subirlos a la tienda. Un trabajo aburrido y solitario, pero a mí me gustaba. Mejor tratar con libros que según con qué personas. El caso es que estaba solo en el almacén, una nave inmensa en el sótano de la tienda. Pasaba el tiempo repasando los pedidos, contando pilas de libros y subiéndolos luego a la tienda. De tanto en tanto bajaba algún librero a buscar algo especial, pero casi siempre estaba solo, acompañado por una vieja radio y el zumbido del aire acondicionado. Descubrí el túnel casi por casualidad, moviendo unas cajas de bolsas en un pequeño cuartillo que se usaba para apilar trastos. Me quedé de piedra cuando aparté una caja y apareció la abertura del túnel, negra como el ala de un cuervo. Me llegó una vaharada de aire estancado e impregnado de olor a tierra, como el olor de una tumba abierta después de muchos años. Un escalofrío de miedo me subió por la espalda cuando me vi ante aquella abertura lóbrega y maloliente. Pero, como siempre, me pudo más la curiosidad. Vi que el túnel corría paralelo a la pared del almacén. Busqué una linterna y me interné en el negra boca. En efecto, el túnel seguía la pared de la nave. Estaba excavado en la tierra, de forma tosca, como si se hubiera hecho apresuradamente. Al cabo de unos metros, giraba hacia la izquierda y continuaba durante unos metros, calculé que atravesando la calle donde estaba situada la librería. Al principio no encontré nada raro. Solamente un túnel de aire viciado y suelo húmedo y fangoso. Pensé que se habría hecho para almacenar cosas y que luego se olvidaron de él. Deshice el camino y me encaré hacia la salida. A unos metros de la abertura, la linterna enfocó las paredes. Hasta la entrada, o la salida, según se mire, las paredes y el suelo del pasadizo estaban ennegrecidos, como si alguien hubiera encendido allí un gran fuego. No niego que tenía miedo. Sin saber por qué me descubrí a mí mismo acelerando el paso y saliendo apresuradamente de la boca del túnel. Decidí volver a tapar la entrada, pero en aquellos momentos necesitaba fumarme un cigarro y tomar una copa para tranquilizarme. Salí a la calle y me dirigí al bar que había al lado de la tienda. Cuando salí y me dirigí de nuevo a la librería, vi que el cielo estaba negro, amenazando tormenta, uno de esos aguaceros de verano que te vuelcan encima cubos de agua caliente y pegajosa. Mientras bajaba por las escaleras hacia el almacén comencé a escuchar los primeros truenos. Ese fue el último momento de normalidad, una simple tormenta en una asfixiante tarde de verano. Seguía estando nervioso, y ahora el almacén entero parecía esconder una amenaza, un horror oculto desde hacía años. Me dirigí hacia el cuartillo de las bolsas, dispuesto a tapar la boca negra del túnel y a olvidarme de él para siempre. En cuando entré vi el humo que salía de la abertura. Un humo sucio, espeso, acompañado de un olor como a gasolina y carne quemada, o más bien carbonizada. Me quedé paralizado. Mis piernas flaqueaban y se negaban a obedecer las órdenes de mi cabeza, que les gritaban para sacarme a toda prisa de allí. Pronto el humo me envolvió, asfixiándome. Las llamas salían de la boca del túnel, prendiendo en las cajas y propagando el fuego. Por fin pude empezar a retroceder lentamente. Me sentía mareado, adormecido, como si no estuviera a punto de morir abrasado y sí a punto de caer en un sueño profundo. Supongo que lo que vino a continuación fue producto del humo que aspiré. Quiero pensarlo así. Del túnel empezaron a salir cosas. Eso fue lo que me pasó por la cabeza. Cosas que caminaban. Cosas calcinadas, de pequeña estatura. Cosas contrahechas, que avanzaban penosamente. En lo que parecía la cabeza brillaban ascuas incandescentes inyectadas en sangre. Avanzaron hacia mi, formando dos filas perfectamente ordenadas. Dos filas de pequeños monstruos achicharrados. Aullé de miedo, y luego, agradeciéndolo mentalmente, sentí cómo me desmayaba y caía al suelo. Desperté en el hospital. Un bombero me había rescatado milagrosamente de las llamas. La tienda había ardido hasta los cimientos. Sé que debería haber olvidado lo que pasó en aquel pequeño cuarto, pero no lo hice e investigué, buscando en las hemerotecas de algunos periódicos y hablando con ciertas personas. Durante la Guerra Civil el edificio que albergaba la tienda era una escuela para hijos de dirigentes republicanos. El túnel era un refugio antiaéreo para proteger a niños y profesores de los bombardeos nacionales. Cuando las tropas nacionales entraron en Barcelona todavía había niños en el colegio. Un grupo de requetés, borrachos de vino y venganza, entró en el colegio, destrozándolo todo. Los niños se refugiaron con un profesor en el túnel. Un soldado usó su lanzallamas. Ya sé que eran esas cosas que se alinearon ordenadamente en fila frente a mi, esperando que un profesor los sacara de aquel infierno.”

Bueno, niños, esta es la historia que me contó mi amigo. No os asustéis. Seguramente era una invención de mi amigo Juliano. Ya os he dicho que tenía demasiada imaginación, y le gustaba asustarnos con sus tonterías. Anda, Mario, echa un par de troncos al fuego. Livia, échame un poquito más de anís. Si solamente un poquito. ¡Ufff, de repente me ha entrado frío!. ¡Mira, ya escucho a la abuela abriendo la puerta! Recordad nuestro secreto, ¿eh? Si no, no habrá más historias.

8 comentarios:

  1. Sigue estando perfecto! (y tampoco sobraba na de na!)
    ¿cómo vas...? al agua....
    besos ML

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  2. ¡Hola, guapa! Pues vamos tirando, mal de la pierna, pero algo mejor escribiendo, ahora estoy en un taller y me "obligan" a escribir algo todas las semanas, jajaja. Un placer verte por aquí. Un besote muy grande.

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  3. Anónimo12:12 p. m.

    En segundos ...me pareció reconocer ese túnel...
    De principio a fin.... mi imaginación ,veía tus palabras ...en cada instante ..
    Tienen mucha suerte los niños que pueden escucharte ... y nosotros , de leerte !!!!!!

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  4. Estupendo, Hank. He disfrutado mucho con su lectura.
    Imaginación siempre rebosante y sumando que cada día que pasa te veo más ágil en su difusión. Todos salimos ganando al leerte. Saludos y cuídate.

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  5. Muchas gracias, amigo, tú siempre tan amable. Como digo en la presentación, es una versión reducida y "limpia de polvo y paja" de un antiguo relato mío. Me alegra mucho que te haya gustado. Un abrazo.

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  6. Un descansito, una copita de anís y a por el próximo relato, que ya tengo mono.

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  7. No está mal, pero después de haber leído la versión extendida (la cual me pareció sublime), esta me sabe a poco. Me quedo con la original.

    Saludos!

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