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17 de mayo de 2007

Impasible el ademán

Hace un par de días dejé a mi hijo más o menos a las nueve y media de la mañana en el colegio. En Sant Quintí de Mediona, el pueblo donde vivo, soplaba un viento del carajo de la vela, como diría el broncas de Arzalluz. Nada más salir del colegio comenzó a caer la lluvia, pequeños goterones que fueron incrementando su intensidad conforme subía la cuesta que llegaba a mi casa. Súbitamente, el granizo, pequeñas piedrecitas que impactaban en mi rasurada testa, jodiendo lo suyo, la verdad. Caminaba yo apresuradamente, la mollera cubierta con el impermeable de mi hijo, sintiendo el repiquetear del agua y de las pequeñas (pero cabronas) piedrecitas, cuando me los encontré de repente. Impasibles ante la furia de los elementos, impertérritos ante la lluvia que se deslizaba por sus caretos unidimensionales, sonrientes entre el viento que los zarandeaba sin el menor respeto. Distendidos, naturales ellos, intentando sintetizar en sus jetas de cemento toda una promesa de un pueblo, de una ciudad, de un mundo mejor. Dignos ante las manipulaciones con un bolígrafo que los convertían en piratas de opereta, afeminados de carnaval o macarras de bajos fondos. Ellos, a lo suyo, a prometer, a garantizar, a jurar por sus muertos que esta vez sí, que esta vez van a convertir este mundo imperfecto en un verdadero paraíso. En cuatro años, esto será Jauja, por la gloria de mi madre. Nuevos lemas con las mismas palabras. Un puñado de comodines (progreso, unidad, ideas, trabajo, ilusión, futuro, etc) combinadas aleatoriamente, y ya está. Se le añade el careto restallante de naturalidad y fe en el futuro del candidato, y que su foto mendigue nuestro voto por las esquinas del pueblo. Nuevas ideas. Trabajamos por el futuro. Tú eres nuestra ilusión. Somos un pueblo, hagámoslo latir. Compromiso contigo. La misma mierda, con nuevos colorines. Me quedé momentáneamente paralizado, quieto bajo la lluvia, sintiendo en mi nuca la mirada de los zombis sonrientes, el asfixiante calor que emitían sus espíritus altruistas plasmados en los carteles. La lluvia me hizo escapar del hechizo, sacudirme de encima sus empalagosas promesas que ya comenzaban a cubrir mi cuerpo, y corrí sin parar hasta llegar a mi casa.

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