Pues sí, amiguetes, a mis cuarenta tacos, y en vista de que comenzaba a dudar de que alguna vez hubiese leído el libro, he vuelto a caminar dubitativo y medio desorientado por los acantilados de Bristol hasta que he divisado la posada del Almirante Benbow, y aspirando fuerte el olor a salitre marino, he vuelto a pasar bajo el viejo letrero, he empujado la puerta, y allí estaba, al fondo del local, el viejo Billy Bones, peligroso como un viejo tiburón resabiado, trasegando ron sin parar mientras enarbolaba su sable, rememorando sangrientas asaltos en alta mar y creyendo aspirar de nuevo el olor a pólvora, madera quemada y sangre. Y he oído de nuevo su voz pastosa mientras canturrea por enésima vez la salvaje tonadilla:
"Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron al resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron"
Y, aunque quizás ya no tenga edad para hacerlo, me he escondido en "La Hispaniola" y he viajado hacia la Isla del Tesoro, y he visto a Jim Hawkins entrar en el barril de manzanas y oír aterrado los planes de Long John Silver. He escuchado, mezcladas con el olor del mar y los vahos del ron, historias de sanguinarias matanzas en alta mar, de fabulosos tesoros escondidos, de traiciones y venganzas, y medio he conseguido, cerrando los ojos, ignorar dolores, achaques y miserias actuales, retroceder en el pasado vertiginosamente sintiendo de manera fugaz cómo algunos muertos llorados volvían a a la vida, algunos amigos perdidos me estrechaban de nuevo la mano y algunos besos enterrados en rencor y traición humedecían nuevamente mis labios. Y, por fin, ahí estoy, acurrucado en mi cama, pasando ávidamente las páginas, sintiendo el tintineo de las monedas y el sonido de la pata de palo de Long John Silver. He vuelto a la Isla del Tesoro. Todos siguen ahí. Yo, ya no. Creo que en algún momento caí por la borda de "La Hispaniola"
"Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron al resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron"
Y, aunque quizás ya no tenga edad para hacerlo, me he escondido en "La Hispaniola" y he viajado hacia la Isla del Tesoro, y he visto a Jim Hawkins entrar en el barril de manzanas y oír aterrado los planes de Long John Silver. He escuchado, mezcladas con el olor del mar y los vahos del ron, historias de sanguinarias matanzas en alta mar, de fabulosos tesoros escondidos, de traiciones y venganzas, y medio he conseguido, cerrando los ojos, ignorar dolores, achaques y miserias actuales, retroceder en el pasado vertiginosamente sintiendo de manera fugaz cómo algunos muertos llorados volvían a a la vida, algunos amigos perdidos me estrechaban de nuevo la mano y algunos besos enterrados en rencor y traición humedecían nuevamente mis labios. Y, por fin, ahí estoy, acurrucado en mi cama, pasando ávidamente las páginas, sintiendo el tintineo de las monedas y el sonido de la pata de palo de Long John Silver. He vuelto a la Isla del Tesoro. Todos siguen ahí. Yo, ya no. Creo que en algún momento caí por la borda de "La Hispaniola"
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