"Y yo caí, enamorado de la moda juvenil, de los chicos, de las chicas, de los maniquís, enamorado de tí."
Radio Futura. Enamorado de la moda juvenil.
Sí, amigos, ya hemos llegado al final del camino. Tantas elucubraciones, tantas especulaciones, y de golpe nos hemos pegado el gran ostiazo con el futuro. Y resulta que el futuro sí que es de colorines, y aunque no llevemos aquella especie de chándals ajustados con los que siempre se retrataba al hombre y a la mujer de siglos venideros, la alternativa ha sido mejor. Todos somos modernos. Todos somos divertidos y vanguardistas, nadie quiere quedarse atrás en esta bonita competición por el look más chispeante, competición a la que se apuntan sin rubor adolescentes, preadolescentes, púberes, prepúberes, adultos, maduros, viejos, todo el espectro social quiere ser partícipe de esta alucinante explosión de histrionismo. Es la apoteosis del piercing, de los tatuajes, de los peinados imposibles, de la lucha por ver quién da más la nota e impone moda. Y así nos encontramos en el metro viejas caras arrugadas, ahítas de madrugones y cafés con leche para limpiar hasta la locura váteres ajenos, pero luciendo con orgullo "el piercing de la modernidad" en la ceja o en la napia, proclamando su modernidad a los cuatro vientos, aunque sigan limpiando la misma mierda que limpiaron sus madres y limpiarán sus hijas. Y nos encontramos garrulillos jugando a ser chicos malos, luciendo orgullosos tatuajes que les cubren medio cuerpo, paseando con chulería en coches tuneados que les esclavizan todavía más a la fábrica, a la puta miseria del despertador a las cuatro de la mañana, de la bulla del encargado, de las horas extras. Porque debajo de toda esa quincalla, hirviendo en la piel bajo esos tatuajes, está el horror de siempre, la miseria, la ignorancia, la testuz humillada, el horrísono caminar de los obreros en el cambio de turno de "Metrópolis", la babeante felicidad del estúpido, las invisibles ataduras que desde hace siglos nos mantienen uncidos al yugo, vociferante pero inofensiva masa de carne de cañón para trabajar en fábricas, morir en guerras, caminar sin meta, sin fin, sin preguntas. La misma mierda de siglos pasados se seguirá volcando en siglos venideros, y seguiremos formando el glorioso ejército de moscas que rezuma mierda y estupidez, revoloteando enloquecidos en torno a la luz. Sí, ya la puedo diñar tranquilo. He llegado al futuro.
Radio Futura. Enamorado de la moda juvenil.
Sí, amigos, ya hemos llegado al final del camino. Tantas elucubraciones, tantas especulaciones, y de golpe nos hemos pegado el gran ostiazo con el futuro. Y resulta que el futuro sí que es de colorines, y aunque no llevemos aquella especie de chándals ajustados con los que siempre se retrataba al hombre y a la mujer de siglos venideros, la alternativa ha sido mejor. Todos somos modernos. Todos somos divertidos y vanguardistas, nadie quiere quedarse atrás en esta bonita competición por el look más chispeante, competición a la que se apuntan sin rubor adolescentes, preadolescentes, púberes, prepúberes, adultos, maduros, viejos, todo el espectro social quiere ser partícipe de esta alucinante explosión de histrionismo. Es la apoteosis del piercing, de los tatuajes, de los peinados imposibles, de la lucha por ver quién da más la nota e impone moda. Y así nos encontramos en el metro viejas caras arrugadas, ahítas de madrugones y cafés con leche para limpiar hasta la locura váteres ajenos, pero luciendo con orgullo "el piercing de la modernidad" en la ceja o en la napia, proclamando su modernidad a los cuatro vientos, aunque sigan limpiando la misma mierda que limpiaron sus madres y limpiarán sus hijas. Y nos encontramos garrulillos jugando a ser chicos malos, luciendo orgullosos tatuajes que les cubren medio cuerpo, paseando con chulería en coches tuneados que les esclavizan todavía más a la fábrica, a la puta miseria del despertador a las cuatro de la mañana, de la bulla del encargado, de las horas extras. Porque debajo de toda esa quincalla, hirviendo en la piel bajo esos tatuajes, está el horror de siempre, la miseria, la ignorancia, la testuz humillada, el horrísono caminar de los obreros en el cambio de turno de "Metrópolis", la babeante felicidad del estúpido, las invisibles ataduras que desde hace siglos nos mantienen uncidos al yugo, vociferante pero inofensiva masa de carne de cañón para trabajar en fábricas, morir en guerras, caminar sin meta, sin fin, sin preguntas. La misma mierda de siglos pasados se seguirá volcando en siglos venideros, y seguiremos formando el glorioso ejército de moscas que rezuma mierda y estupidez, revoloteando enloquecidos en torno a la luz. Sí, ya la puedo diñar tranquilo. He llegado al futuro.
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