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2 de julio de 2017

El funeral de Lady Blue Sky

Si don Salvador Mellado,  director de la funeraria “Paz Eterna”, hubiera sido japonés, sin duda se hubiera hecho el harakiri, avergonzado por el tremendo error que desembocó en un escándalo sin parangón en la pequeña y aburrida ciudad de Arlanda, escándalo al que hubo que sumar denuncias judiciales varias y, lo peor, el descrédito de un establecimiento que funcionaba de manera impecable desde hacía más de cincuenta años. Un servicio exquisito y serio, cientos de funerales celebrados a la perfección, y todo se había ido al garete por el estúpido error de un empleado novato. No obstante, en su fuero interno, don Salvador pensaba que el fallo  había sido suyo, al aceptar que se celebrara en su establecimiento el último adiós a un personaje tan inusual como el de Luis Valero, que había salido de Arlanda hacía veinte años para transformarse en la capital en Lady Blue Sky, “drag queen”, transformista, adalid de la lucha por los derechos de los homosexuales y reina indiscutible del Desfile del Orgullo Gay. Don Salvador, hombre recto y conservador, intentó negarse a organizar el funeral de Lady Blue Sky. Sabía que aquello le traería complicaciones en una ciudad tan conservadora como Arlanda, pero la insistencia vehemente de la hermana del finado, unido al hecho de que fuera amigo personal de la familia y que don Salvador conociera a Luisito desde pequeño, habían acabado por ablandar su corazón, y al final cedió. Le tranquilizaron un poco las promesas de la hermana del finado, en el sentido de que el funeral no se saldría de madre, y la muchacha aceptó sin discusiones la imposición de don Salvador, en el sentido de que la ceremonia se celebrara en la sala más apartada de la funeraria.

Cuando don Salvador se arrepintió de haber sido tan blando, ya era tarde. A pesar de que palideció visiblemente mientras la hermana de Luis le explicaba las disposiciones de Lady Blue Sky para su último adiós, ya no podía echarse atrás. Ya estaba todo firmado, y solo le quedó encomendarse a Dios para que la cosa transcurriera de forma discreta, sin más alboroto que el estrictamente necesario. De todas maneras, no se sentía con fuerzas para afrontar la organización de un funeral tan peculiar, así que cometió su segundo error, esto es, delegar dicha organización en la persona de Javier, un empleado voluntarioso y decidido, que trabajaba en la funeraria desde hacía solo unos meses. Javier, pletórico de entusiasmo, le prometió que él se encargaría de todas las ceremonias de ese día, y Don Salvador decidió quedarse en su despacho y rezar para que el funeral de Lady Blue Sky acabara cuanto antes y saliera razonablemente bien.

El día del funeral, la sala donde se iba a celebrar el último adiós a Lady Blue Sky pronto se abarrotó con un heterogéneo grupo de personas que parecían recién salidas de una cabalgata del Orgullo Gay. Plataformas, camisetas ajustadas, peinados extravagantes de colores diversos, minifaldas fluorescentes, maquillajes extremos… Así lo había querido Lady Blue Sky. Diversión y jolgorio hasta el final. Nada de llantos. Toda la sala estalló en gritos y aplausos cuando Shangay Storm subió las escaleras hacia el estrado para pronunciar unas palabras de despedida, embutida en unas mallas de vinilo azul eléctrico, taconazos de palmo y tupé rubio platino. Shangay acalló el bullicio haciendo gestos con las manos (“y ahora vamos a recibir a nuestra queridísima Lady Blue Sky”) y el extravagante grupo de asistentes guardó un silencio respetuoso mientras el ataúd entraba en la sala, empujado por dos operarios.

Don Salvador temblaba de ira al recordar las explicaciones, entre balbuceos y lloros, que le dio Javier sobre lo que ocurrió en aquel momento. Un malentendido, unos documentos que se traspapelaron, los operarios que se despistaron… El caso es que, en el momento en el que entró el ataúd en la sala, los aplausos y gritos con los que los amigos de Lady Blue Sky pensaban recibir los restos mortales de su reina se congelaron en el aire de la sala. Un estupor generalizado se apoderó de los asistentes. Una bandera española y un crucifijo dorado cubrían el ataúd, rigurosamente negro. Con eficiente profesionalidad, los operarios colocaron frente al  féretro coronas con cintas escritas con diversos mensajes y recordatorios: “El Colegio de Notarios, con respeto y amor”, “Tus amigos del Registro de la Propiedad jamás te olvidarán”, “Jueces de Arlanda, en recuerdo de los gratos momentos vividos a tu lado”, y similares.


Sí, un error, pensó don Salvador. Un error que perseguiría a su establecimiento hasta su muerte. Un error que había convertido a su funeraria en objeto de escándalo, mofa y escarnio público. Porque, mientras en la sala del funeral de Lady Blue Sky docenas de “drag queens” se interrogaban con la mirada presas de la estupefacción, en una sala situada en la otra punta de la funeraria, donde se celebraba el funeral de don Marcial García, ilustre notario de Arlanda con cincuenta años de profesión a sus espaldas, miembro del Opus Dei e ilustre cofrade de la Hermandad del Santo Sufriente, aparecía un ataúd blanco, cubierto con una bandera con los colores del Arco Iris, mientras por unos altavoces sonaba a todo trapo “In the navy”, de los Village People. Pero lo que provocó un amago de infarto en doña Enriqueta, viuda de don Marcial, de misa diaria e intachable proceder, fue el momento en el que se corrieron las cortinas del fondo de la sala y una gigantesca foto de un culo masculino, pétreo, los glúteos musculados apenas cubiertos por un tanga de cuero negro, presidió la sala donde se despedía al ilustre Notario don Marcial García.

2 comentarios:

  1. QUÈ BO! Gran relat per celebrar l'Orgull! Té un toc a lo Ralf König que m'encanta!

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  2. Un error imperdonable. Hay que vigilar, hasta el último suspiro, donde se expone unos orondos glúteos.

    Muy bueno. Un beso

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