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1 de febrero de 2011

¡Crounch, crounch...!

El niño estaba paralizado de terror. Escuchaba los gritos de su madre, acurrucado en su habitación. Su padre había enloquecido. Estaba obsesionado con el ruido que hacía su madre al masticar los frutos secos que tanto le gustaban. ¡Crounch, crounch!. Por fin, el niño escapó de casa. Cuando volvió con la policía, de la garganta de su madre solo escapaba un débil y gorgoteante gemido. Su padre, todavía con los alicates en una mano, estaba sentado, contando pequeñas piezas blancas teñidas de rojo

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