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31 de enero de 2011

Querida Blanca...

Uffff, menuda consigna se sacó de la manga Toni Planells para la reunión del taller de escritura del día 29 de Enero de 2011. Nada más y nada menos que una carta de desamor, en la que A le comunicaba a B que lo (o la) dejaba por C, y una contestación de B a A. ¡Toma ya! Anduve dándole vueltas al tema durante toda la semana, con el resultado de llegar al sábado a las 12 del mediodía enfrentado a la pantalla con la mente más en blanco que Leticia Sabater en un Congreso de Física Nuclear. Al final, alguna musa de esas que hay por ahí despistadas me echó un cable y pude salir medio airoso. Intenté soslayar el culebrón, el folletin y la lágrima fácil, aunque creo que NO LO HE CONSEGUIDO. En fin, lo cierto es que el personal del taller fue bastante benevolente conmigo. Dejo las dos cartas a continuación:


"Querida Blanca:

Te escribo esta carta con retraso. Con más de 50 años de retraso. Y podrían haber sido más, si no fuera consciente de que mi final está llegando. Siento cómo de mi cerebro se desgajan pedazos cada vez más grandes de recuerdos, de vivencias, de olores, como si mi mente fuera uno de esos icebergs que derivan hacia aguas cálidas y pierden constantemente trozos de hielo, hasta que se diluyen en el océano. Y así quedará mi razón, diluida en un mar de locura y y olvido. Antes de que eso suceda definitivamente quiero volver a internarme en el abismo del tiempo y escribirte. Mi vida es una vieja casa que debo abandonar, y hay algunas habitaciones con las puertas entreabiertas que cerraré definitivamente antes de partir. Siento un poco de pudor al dirigirte esta carta, porque tú sigues teniendo 20 años, los que tenías cuando te dejé. No he intentado averiguar nada sobre tu vida posterior. Para mí es, como decían los antiguos, “Terra ignota”. No sé si sufriste demasiado por mi causa o si otro borró rápida y concienzudamente hasta el último rastro de mi paso por tu vida. Conservé algunas fotos, sobre las que a menudo he pensado: “las destruiré algún día cuando esté borracho, o me emborracharé para poder destruirlas”. Nunca lo hice. Supongo que lo habrán hecho mis hijos después de internarme aquí. Tampoco importa demasiado. Creo que jamás me hubiera atrevido a deshacerme de esos anticuados rectángulos de papel. En realidad creo que parte de nuestras almas, tal y como eran en aquellos años, quedaron atrapadas en esas fotos, como afirmaban los indios americanos. Como te decía, sigues teniendo 20 años, los que tenías anoche, cuando te paseaste por mis sueños, impune y burlona. Con tus mohínes de niña traviesa, con tus labios rojos trazados como una certera cuchillada sanguinolenta en tu nívea cara de diosa. Y a ti se dirige este viejo de manos temblorosas, agazapado y encogido en una cama impersonal y aséptica, como un pajarillo con el que juega un gato, esperando el último zarpazo, indiferente y letal.

Fueron unos ojos verdes. Fue una sonrisa cristalina. Fue un escote vertiginoso en un vestido rojo. Fue el vino y la lascivia insinuada y contenida recorriendo como un espasmo eléctrico mi cuerpo. Y fui yo, joven, inconsciente, intentando apurar la copa del placer hasta las heces. Fue una noche de lujuria sin freno, de cuerpos batallando sudorosos, nunca ahítos, retorciéndose de placer, anestesiando la culpa y el arrepentimiento con ríos de deseo y alcohol. Fue, en definitiva, el principio del fin. Ya ves, creí poder conectarle algunos ganchos a la vida, peleando a la contra, pero caí a la lona desmadejado antes de poder siquiera amagar un golpe.

No sé si estás viva o muerta, si expulsaste de tu vida hasta el último vestigio de mí o si algún día, escuchando nuestra canción, habrás recordado cómo te musitaba al oído, muy flojito: “podemos ser héroes, un día nada más”. No te volveré a escribir. No volveré a luchar contra esta niebla que invade mi cabeza y se lleva los recuerdos, los restos de tu perfume, tus rizos negros sobre mi hombro. Con esta carta cierro la última puerta. Me dejaré llevar, laxo y sin oponer resistencia, y apagaré en el mar del olvido las últimas brasas de una vida que se acaba.

No te pido perdón. No sé si conoces la teoría de los universos paralelos. Mundos similares, fotocopias con variaciones, mínimas o notables, multiplicados hasta el infinito. A veces fantaseo con uno de esos mundos en los que tú y yo seguimos bailando desnudos en el agua, con el fondo de nuestra canción sonando en aquel bar al lado de la playa.

Siempre tuyo,
Adrián"

"Señor Adrián:

Soy la hija de Blanca. Su carta llega un poco tarde, y no me refiero a los 50 años de los que habla en su carta, sino a los 3 que hace que mi madre murió. Sinceramente, nunca me habló de usted, ni siquiera con el tono de ligereza con el que se refieren pretéritas aventuras sentimentales medio olvidadas. No obstante, al morir dejó un pequeño cofrecito con algunos recuerdos, viejas bagatelas, bisutería, puntos de libro y cosas así. También había unas fotos. No sé si a ella le ocurría lo mismo que a usted, y ni siquiera sé si el chico que sale abrazándola es usted. Por si acaso, le envío una copia.

Espero que su teoría de los mundos paralelos sea cierta, aunque en ese mundo alternativo yo no exista.

Atentamente,
Helena."

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