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5 de noviembre de 2009

Un par de libracos...

Uff, la verdad es que han sido unos cuantos los que han caído en este largo "interregno" de La Muerte Pelá. No obstante, voy a comentar brevemente los dos últimos libracos que han pasado por mis manos. ¡Vamos al lío!

  • Tratado de ateología, de Michel Onfray. Editorial Anagrama, 256 páginas, más o menos unos 16 euracos del ala (dependiendo de si lo compras o lo encargas por Internet, como este vago que escribe). Menuda la que ha liado el amigo. Nada de medias tintas, ni paños calientes, ni corrección política. Caña despiadada a las tres religiones monoteístas dominantes en Occidente (Cristianismo, Islam, Judaísmo) a las que pone a caer de un burro sin despeinarse. Pero la estopa no se queda ahí. Nos alcanza también a los que vamos por al vida proclamando orgullosos nuestro ateísmo (en mi caso, también mi apostasía). El amigo Onfray pone el dedo en la llaga, y nos escupe a la cara algo que ya sospechábamos: que somos ateos cristianos. Sí, sí, mucho abominar de la religión cristiana, mucho apostatar y mucho "vacilarles" a los creyentes, pero en realidad el poso de más de 2000 años de brutal dominación socio-cultural nos ha impregnado tan profundamente de los valores fundamentales del cristianismo (sentido del pecado, perdón, sumisión ante el poder, culpa, fatalismo, etc.) que los asumimos como algo natural y, ejem, ejem, bueno. ¿Quién no ha oído alguna vez frases como "hombre, los principios del cristianismo son buenos", o "en la escuela de monjas no le van a enseñar nada malo"? Michel Onfray va más allá, mucho más allá. Sin tonterías ni chuminadas. Propone una descristianización radical, rechaza la noción de "trascendencia" y "otros mundos ultra-terrenales" que nos proponen las religiones, su desquiciada "cultura de la muerte" y aboga porque el ser humano se centre en la vida terrenal. Una nueva cultura, que solamente será alcanzada si nos desprendemos de la piel trascendental que las religiones nos colocaron y volvemos a quedar desnudos frente al mundo, aceptando la dura pero inevitable muerte y disfrutando la vida sin mentiras ni elucubraciones inútiles sobre la inmortalidad del alma. Un libro duro, sin concesiones, que tilda de criminales y enloquecidas a las principales religiones (ahí, ahí, haciendo amigos) y hace un detallado relato del daño casi irreparable que han hecho al ser humano. Una lectura fundamental y lúcida para aquellos que nos consideramos ateos. Lo siento, chavales, pero nos queda mucho camino por recorrer. "Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo". (página 23)." Ahí queda eso.
  • La carretera, de Cormac McCarthy. Nuevas Ediciones DeBolsillo, 210 páginas, 7'95 del ala. Aquí también Dios queda en bastante mal lugar. Vamos, que se le busca y no se le encuentra a lo largo de un emocionante y durísimo relato del periplo de un hombre y su hijo en un mundo destruído y contaminado por una catástrofe sobre la cual el autor no da muchas explicaciones (aunque la sospecha de una hecatombe nuclear flota en el ambiente). El autor nos agarra del cuello ya desde las primeras frases. Padre e hijo viajan penosamente en busca de una esperanza, en un penoso peregrinaje por un mundo muerto, emponzoñado y apenas poblado por un puñado de hombres y mujeres desesperados y enloquecidos que caen en el canibalismo y el salvajismo extremo para sobrevivir. El corazón del lector (sobre todo si el lector es padre) se encoje a medida que el relato avanza. Todo mueve a la desesperación. El lento avance de padre e hijo, empujando un carrito de supermercado con sus pocas pertenencias, ateridos de frío, constatando la gris agonía del mundo. Los recuerdos, a veces dichosos, a veces pavorosos, nos ayudan a reconstruir, aunque de manera difusa, la vida de los dos. Solamente en algunos momentos se permite el autor aflojar un poco la tenaza sobre sus personajes (y, por ende, sobre el lector que asiste sobrecogido a la angustiosa travesía de padre e hijo). Los diálogos son cortos, crudos y descarnados. Diálogos preñados de irracional esperanza, alimento esencial sin el cual los protagonistas no podrían, simplemente, avanzar ni un paso más. En definitiva, un libro emocionante, duro, tremendamente duro, pero hermoso a la vez. Nunca he abrazado a mi hijo con tanta fuerza como cuando acabé la última página de "La carretera". Por cierto, como corresponde a toda obra maestra, película al canto, protagonizada por Viggo Mortensen, Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pearce. Allí estaremos

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