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17 de octubre de 2008



Sí, así me he quedado de golpe, huérfano. Huérfano de "Los Soprano", huérfano de Tony, de Chris, de Silvio, de Phil, de todos los personajes que componían esa fantabulosa serie. Desde que comencé a verla pensé: ¡ostiassss, lo que siempre había soñado, horas y horas de "Uno de los nuestros"! Y es que la conexión con la maravillosa película de Martin Scorsese, uno de los flims que nunca me cansaré de ver. Hace ya unos meses que comencé a tragarme episodios, a veces hasta dos de golpe (¡ese Ares, ese Ares, eh, eh!) y un servidor quedó instantáneamente atrapado por el carisma de los elementos participantes. Desequilibrados, encantadores, asesinos, crueles, desprendidos, egoístas... Vamos, un encanto. Como la peli de Scorsese, retrata a los mafiosos como gente más o menos normal, con familia, hijos, etc... y totalmente acostumbrada a su rutina de cobros, business y actividades ilegales. Como en el caso de Christopher y Paulie, con menos glamour que Florinda Chico con mallas, con esos chándals fosforitos, esas cadenacas y ese look macarra barriobajero que uno siempre recordará de los gamberrillos del barrio de su infancia. De todas maneras, para mí hay dos personajes que sobresalen sobre el resto de los demás. Por un lado, el gran Tony Soprano, un menda que a pesar de su evidente sobrepeso, su calvicie y sus movimientos tan carentes de gracia como Carmen de Mairena bailando "El lago de los cisnes", se beneficia a un surtido elenco de mozas, a cual más buenorra, empezando por su señora, Carmela Soprano, que a un servidor le inspira un morbazo tremebundo, y continuando por una serie de sofisticadas guarronas que caen como moscas en brazos de nuestro "macho Alpha" (en palabras de nuestra psiquiatra favorita, la doctora Melfi), amén de una serie de elementas a las que nuestro gángster favorito se cepilla como el que no quiere la cosa para luego pasar de ellas ampliamante, como a la secretaria de uno de sus negocios, a la que se trinca sentado en una silla de su despacho en una escena que casi llega a darme más morbo que el legendario achuchón de Nicholson y Lange en "El cartero siempre llama dos veces". En fin, que me voy por los cerros de Úbeda. Pues eso, que el gran Tony Soprano, interpretado magistaralmente por James Gandolfini, es un derroche de fuerza, poderío, carisma y, todo hay que decirlo, ostias como molinos y pasaportes para el otro mundo. Junto a él, y como su incondicional lugarteniente, el gran Silvio, todo un dandy que regenta el más mejor local de estripitisi del universo, el mítico "Bada Bing!", donde a lo largo de la serie neumáticas jamonas se contorsionan amorradas a una barra mientras nuestros amiguetes discuten de sus negocios amorrados a un copazo. Como curiosidad, hay que decir que el gran Silvio está interpretado por Steve Van Zandt, guitarrista de la E. Street Band e Bruce Springsteen, y que en un principio iba a interpretar el papel de Tony Soprano (lástima, quizás en otro universo paralelo, o en una futura reencarnación, sería un puntazo). No me voy a extender demasiado sobre la serie, estaría aquí hasta lo noche, ni sobre un final que ha provocado ampollas entre los fans (la verdad es que es raro de la ostia). Solamente quiero, desde aquí, manifestar mi pesar por el final de la que ya es una de mis series favoritas de todos los tiempos. Menos mal que, en este caso, el tiempo es mi aliado, como ya me hago viejo pronto comenzaré a olvidar cosas y algún día no muy lejano, trasteando ese disco duro olvidado en el cajón de los gayumbos, veré un archivo llamado "Series" y dentro, junto a unos viejos episodios de "Los camioneros" de Sancho Gracia y "La Familia Munster", encontraré una carpeta llamada "Los Soprano", la abriré y....¡a disfrutar!

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