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9 de enero de 2008

Funeral

Esta mañana he estado en el funeral de una compañera de trabajo. Coincidió conmigo durante un par de años en el turno de mañana. Después, pasé al turno de noche y solamente la veía durante el cambio de turno, un breve saludo, algún comentario superficial y poco más. Tampoco era una amiga íntima, para qué nos vamos a engañar, pero sentía aprecio por ella. Tenía 38 años, y hace más de uno que la ingresaron en un centro psiquiátrico. Así de chungo. Primero falló su cabeza, y anteayer falló su corazón. Una historia dura, pero repetida hasta la saciedad. El viejo cuento de engaños, vilezas, traiciones, humillaciones y locura. Solamente conocí superficialmente esa historia, pero el horror soterrado tras esas pocos comentarios cogidos al vuelo me hacían sorprenderme de que mi compañera lograra siquiera esbozar una sonrisa. En esta vida, peleamos a la contra. Perdemos siempre, pero cada uno logra capear el temporal como puede, para acabar cediendo a los puntos o por un KO honroso, cuanto menos. Encarni no, Encarni se convirtió pronto en un saco, en un sparring enclenque y fácil, demasiado fácil para esta vida asesina, y la vida le sacudió duro, le acabó reventando el corazón. Tras la última traición, tras el último fracaso, su mente zarpó definitivamente de esta demencial cordura que vivimos, me cuentan que se le fué la cabeza, masticaba papel, desmadejada, largando amarras poco a poco hasta que se dejó ir, el último chispazo se apagó y todos los interruptores en su mente se le apagaron. La recuerdo riéndose de mis barbaridades, contando cotilleos de los programas de la tele, simple pero simpática. Cuando comencé a trabajar me tomó por homosexual porque se me volcó un palet con botes de aceitunas y ella confundió mis muecas de asco (odio las aceitunas, lo siento, pero es una de los pocos legados de Roma que me provocan repulsa) con amaneramiento gay. A veces le preguntaba en el desayuno: "Encarni, ¿de verdad me tomaste por maricón el día que volqué las aceitunas?" Ella, con gestos exagerados, me contestaba: "Chico, yo te vi dando aquellos gritos, que si te daban asco las olivas, haciendo aquellos gestos, y pensé que eras marica". Descansa en paz, Encarni, descansa en paz. Los hijoputas se quedan con nosotros, ya no te harán daño.

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